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Después de subir y mirar, llega el momento de bajar. Pero no bajamos de cualquier manera. Como en un tobogán, bajamos con rapidez, sin titubeos, con la urgencia de quienes han experimentado un encuentro transformador.

El encuentro con Jesús nos mueve a actuar. No podemos quedarnos en las alturas, reflexionando eternamente. La fuerza del Espíritu nos impulsa a bajar al mundo real, donde las necesidades y los desafíos nos esperan. Es una bajada llena de energía y de alegría, como la risa contagiosa de un niño en un tobogán. Esa alegría profunda es clave para nuestra misión, porque el trabajo por un mundo más justo debe estar lleno de esperanza.

Bajamos, no para mantenernos en lo abstracto, sino para mancharnos las manos, para actuar en los lugares donde más se necesita. El verdadero compromiso no se queda en palabras, sino que se manifiesta en acciones concretas, creativas y silenciosas, en el lugar donde viven los problemas, junto a quienes los padecen.